Jacques Audiard rueda poco. A sus 60 años apenas 6 películas figuran en su currículum como director. Pero, amigos, cuando se pone a ello, sabe lo que hace. Rueda poco pero bien, muy bien. Y sus películas van siempre directas a la mandíbula, o al estómago, son una ración de puñetazos inmisericordes. A Audiard le preocupa entre poco y nada contentar a los más sensibles o pusilánimes. El suyo no es un cine para la masa. Afortunadamente.
En De óxido y hueso teje la nada convencional historia de ¿amor? entre dos seres golpeados, cada uno a su manera. De un lado, la domadora de orcas que sufre un terrible accidente, interpretada por Marion Cotillard. Del otro, el ex boxeador, padre ausente y más bien zafio vigilante de seguridad al que da vida Matthias Schoenaerts. Sus existencias acaban confluyendo con una alta dosis de casualidad y su pizca de inevitabilidad: tal vez estuvieran destinados a encontrarse; tal vez solo ellos podrían llegar a un punto de encuentro y entendimiento. A priori, podría dar la impresión de que es ella quien tiene más que ganar, hundida como se siente después del accidente, desconsolada al imaginar que ya nunca más compartirá su intimidad con un hombre. En la práctica, no es inferior la lista de peculiaridades de él, atareado con sus peleas ilegales, demasiado bruto como para reparar en que hiere sus sentimientos al no desperdiciar cualquier oportunidad que se le presenta para liarse con otras.
Audiard maneja con maestría lo que en otras manos podría acabar resultando ridículo o forzado. Bajo su batuta, en cambio, logramos entender el comportamiento animal de Ali, quien no accede a acostarse con Stephanie por pena, sino porque concibe esos encuentros sexuales con la naturalidad y simpleza de una bestia. Tosco y áspero, parece carecer de la sensibilidad necesaria para cuidar mejor de su hijo o darse cuenta de que ella comienza a tomarle cariño. Y también comprendemos por qué Stpehanie busca su compañía, le acompaña a sus peleas y asimila su forma de ser, necesitada como está de calor humano y de alguien que la acepte como es, sin reparar en su minusvalía. Cotillard, que no requiere de presentación, suena con fuerza como candidata al Oscar. Menos mediático es su partenaire, el belga Schoenaerts, visto en la magnífica Bullhead y al que no cuesta augurar un prometedor futuro; Audiard ha sabido explotar su potente fisonomía para darle veracidad a su personaje, dotado de un aura casi animal (no tanto como en Bullhead). Su único riesgo pasa por encasillarse en este tipo de papeles de poco diálogo y mucho despliegue físico.
A pesar de que el metraje es considerable (2 horas) la sensación no es de película larga. Mérito de Audiard, que suma otro: saber encontrar la forma idónea de cerrar la historia, colocando a Ali en una situación extrema y traumática que funciona como un puñetazo mucho más efectivo que los que encaja en cualquier pelea callejera. Con cierto gusto por los efectismos y los juegos de cámara, aquí Audiard se muestra más bien austero, si acaso jugando de vez en cuando con el contraluz y las sombras, y aprovechando la cámara lenta en las escenas del acuario, pero comedido a grandes rasgos.
Con De óxido y hueso, Audiard demuestra que el éxito de Un profeta no se le ha subido a la cabeza. Las comparaciones son odiosas, y puede que sobre comentar que un servidor prefiere la cinta carcelaria de 2009, pero es innegable que el cineasta parisino ha sabido mantener el nivel. Y siempre ofrece una garantía: que cuando estrena película, algo que ocurre en contadas ocasiones, siempre cabe esperar un resultado muy por encima de la media.
Veredicto: 8
Lo mejor: Audiard no es de los que se acomodan.
Lo peor: Que todo el reconocimiento vaya para Marion Cotillard.