En 2003 Ben Affleck tocaba fondo con el estreno de Daredevil y Una relación peligrosa; Steven Spielberg preparaba La terminal después de la (injustamente) tibia acogida de Minority Report y Atrápame si puedes. 10 años después, Affleck ha dado el salto a la dirección con una calidad inesperada, mientras Spielberg demuestra tener cuerda para rato.
Comparar sus carreras es tan absurdo como obviar que la inminente ceremonia de los Oscar pivotará sobre el duelo, siempre cordial, siempre polite, que están llamadas a protagonizar sus respectivas películas, Argo y Lincoln. Un duelo castrado por la Academia desde que se anunciaron las candidaturas y el nombre de Affleck no apareció en la lista de mejores directores. A estas alturas, sólo cabe interpretarlo como uno de los desplantes más sagrantes de Hollywood en muchos años. Cada premio recibido (todos, absolutamente todos) ha ido dibujando el camino del desagravio de Affleck, al que gradualmente la mueca de decepción se le ha ido convirtiendo en sonrisa. De aquellas lecturas que recordaban que una película se cae de la carrera sin su director nominado, hemos pasado a un coro de voces que de forma casi unánime sitúan a Argo como la gran favorita.
Llegados a este punto, solo hay dos opciones: o el desagravio del joven aspirante, con la consiguiente decepción de su rival, o el triunfo del veterano, que supondría el corte de mangas definitivo al pobre Ben. El primer escenario es el más probable, con distintos grados de crueldad: si Argo es elegida mejor película con Spielberg designado mejor director, se embolsará su cuarto Oscar y podrá enjugar una pena con una alegría. Pero siempre cabe la opción de que el Rey Midas de Hollywood no se lleve ninguno de los galardones. Y Spielberg ya sabe lo que es quedarse compuesto y sin Oscar: 11 nominaciones recibió El color púrpura, con un balance de cero premios. El segundo escenario no haría más que subrayar el mensaje que los académicos enviaron a Affleck hace unas semanas: no eres uno de los nuestros; de momento, no eres bienvenido. Hollywood tiene estas cosas, estos ritos de paso: si has comenzado como un actor mediocre les costará aceptarte como un director más que solvente. Las reglas del club.
Al acecho, expectantes, permanecen dos cintas que han hecho menos ruido pero tienen sus opciones. La vida de Pi se apoya en su buena acogida y en el excelente cartel de Ang Lee, uno que ya sabe lo que es ganar un Oscar. El lado bueno de las cosas llega con la fuerza de tener opciones en todas las categorías relevantes y el respaldo, siempre decisivo, del todopoderoso Harvey Weinstein. Incluso Amor, de Michael Haneke, podría adelantar a todas sus oponentes por la derecha, robarles la cartera y dejarnos a todos con un palmo de narices. Demasiadas variables como para poner la mano en el fuego por alguna de las candidatas.
Las únicas certezas llevan los nombres de Daniel Day-Lewis, Anne Hathaway, ¡Rompe Ralph!, Amor y Skyfall (Adele) en las categorías, respectivamente, de actor principal, actriz de reparto, cinta de animación, película extranjera y mejor canción. A partir de ahí, las dudas. ¿Jennifer Lawrence o Jessica Chastain? ¿O, por qué no, Emmanuelle Riva? ¿Robert De Niro o Tommy Lee Jones? ¿Pondrá una pica española en el Dolby Theatre Paco Delgado por el vestuario de Los Miserables o saldrá triunfante Anna Karenina? Preguntas sin respuesta clara que animarán la gala, después de una edición, la de 2012, marcada por el esperado y aburrido triunfo de The artist.
¿Que nos mojemos? Ya lo hemos hecho en nuestra quiniela. Pero que quede doble constancia: ganará Affleck y Spielbeg tendrá la consolación, que no está nada mal, del premio al mejor director. Ergo, como ya sospecharéis, no ocurrirá ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario.