Señores de Hollywood: dejen de buscar a la próxima gran estrella; se llama Jennifer Lawrence, tiene 22 años, ha sido ya candidata 2 veces al Oscar, puede ganarlo dentro de 3 semanas, funciona igual de bien en mega-producciones y cintas indies, en drama y en comedia, tiene el físico y el talento, incluso, da la impresión, la cabeza bien amueblada, a salvo de alimentar de basura los tabloides; en resumen, lo tiene todo.
Dada a conocer al mundo con Winter’s bone, una película pequeña que consiguió hacer cierto ruido en los Oscar hace un par de años, su ascenso ha sido imparable, meteórico. Su papel casi anecdótico en el reboot de la saga X-Men fue un aperitivo de su desembarco, ya con galones de protagonista, en otra saga-bombazo, Los juegos del hambre. Pero lejos de echarse en brazos del cine de palomitas, Jennifer ha sabido continuar ligada a esa otra vertiente del negocio, más modesta, que fue la que le abrió las puertas del estrellato. Apostar por un proyecto como El lado bueno de las cosas (Silver linings playbook) se ha revelado un acierto mayúsculo.
Si en Winter’s bone ofrecía una interpretación contenida, sobria, de más gestos y silencios que palabras, como la sufrida cría paleta que trata de sacar adelante a su familia en un agujero en las montañas, dejado de la mano de Dios, aquí cambia completamente el registro para dar vida a Tiffany, una bocazas impulsiva que se gana reputación de facilona por su peculiar forma de asimilar la muerte de su esposo. Una bomba de relojería, inestable, explosiva, que se cruza en el camino de Pat, otro animal lastimado, de un tío recién salido del psiquiátrico, al que ingresó por un brote de ira producto de un trastorno bipolar sin diagnosticar. Él, interpretado por un muy acertado Bradley Cooper, es un pobre desgraciado, un perdedor cuyo único plan vital pasa por recuperar a su mujer a base de ponerse en forma y leer todos los libros que ella, profesora, da a leer a sus alumnos.
Película de actores por antonomasia, como demuestra la nominación de sus 4 cabezas de cartel, a Lawrence y Cooper los arropan con veterana sabiduría Robert De Niro, inspirado, por fin, en el papel de un tipo obsesionado con el fútbol americano, sus Philadelphia Eagles, las apuestas y los gafes; y Jacki Weaver, quien saborea la fama en la recta final de su carrera tras componer un papel brillante en Animal Kingdom, aunque poco tenía que ver aquella madre de una camada de psicópatas con la mujer dulce que aquí le ha tocado en suerte. Película de actores pero también de guión, un guión que sirve una historia en apariencia pequeña e íntima, pero diferente y original, especialmente en su tratamiento de las enfermedades mentales. Apenas hay rastro de compasión, y sí mucho de humor negro y mala baba. El libreto está salpicado de frases y momentos geniales, y alcanza sus cotas más ocurrentes y cautivadoras cuando entran en colisión la desbordante Tiffany y el desnortado Pat. Y sí, sabemos que se acabarán enamorando, y esperamos que al final todo termine bien, pero cuando realmente disfrutamos es cuando compiten por ver quién esta más loco, cuando corren el uno detrás del otro, discuten y hacen las paces a grito pelado.
El lado bueno de las cosas discurre con acierto por el filo de la navaja, por esa delgada línea que separa una comedia cualquiera, del montón, de una marcianada plagada de personajes límite. Bajo su piel de filme sin pretensiones late una historia de amor y superación personal que nos recuerda, con acierto, que lo anormal es lo normal, y lo raro, lo habitual. Que tal vez todos estamos un poco locos, y que pocas cosas hay más bonitas que aceptar al otro con sus múltiples rarezas. Cuando todo esto lo pones al servicio de un puñado de buenos actores, con mención especial para Jennifer Lawrence, el resultado va mucho más allá del plan inicial: así, una película pequeña, destinada al circuito de festivales, se planta en los Oscar con 8 candidaturas. Pero más importante aún, brinda 2 horas de auténtico y genuino disfrute, amable y amargo según el momento. Como la vida misma.
Veredicto: 8,5
Lo mejor: Jennifer Lawrence.
Lo peor: Que sea tan americana… y esto pueda echar para atrás a más de uno.