En algo más de 24 horas se entregan los Goya, sí, pero la Unión de Actores ha conseguido que los premios pasen a un segundo plano. Desenfocados, borrosos, opacados por el lío. El lío que se avecina después de que los representantes de los intérpretes hayan animado a convertir la gala en un altavoz del malestar por los recortes, la subida del IVA y demás medidas del gobierno, les afecte a ellos o al conjunto de la sociedad.
El presidente de la Academia, Enrique González Macho, les he recordado esta semana un par de detalles. El primero, que ellos, los actores, acaparan sólo un tercio de los premios; que la noche es de todo el cine español, y no únicamente del gremio interpretativo. Y segundo, que la famosa gala de hace 10 años, la del “No a la guerra”, capitaneada por Alberto San Juan y Willy Toledo, tuvo el efecto rebote de alejar a parte del público. Siempre según el diagnóstico de Macho.
Más allá de lo que opinen unos y otros, lo que parecen no entender los actores (y quizás les sea indiferente, lo cual se antoja aún más grave) es que la gala de los Goya es un vehículo más de cara a la promoción del cine español. Al que, por cierto, no le sobran los vehículos de promoción. Cuando se anunciaron las candidaturas, las películas con más opciones de premio recibieron un chute de proyección mediática que se ha traducido en más salas donde se proyectan, más público y más ingresos. Lo lógico y normal. La gala es una prolongación de ese montaje publicitario. La ganadora o ganadoras recibirán un nuevo espaldarazo y, en último término, más pasta. Ocurre aquí, en China y en Estados Unidos.
La diferencia es que en Estados Unidos sí tienen todo esto muy en cuenta. Allí saben de que va el negocio. Te venderían un kilo de arena en el desierto y te venden, te meten por los ojos, sus películas, sean buenas, malas o infumables. Los Oscar son modélicos porque son una fenomenal maquinaria de propagandas. Sin fisuras. Aquí nos echamos las manos a la cabeza porque la transmisión va con unos segundos de retraso para que los organizadores puedan meter tijera si alguien, al subir a recoger su premio, se marca un speech que se salga de lo políticamente correcto. ¿Exagerado? Probablemente, pero estudiadísimo. Todo debe ir sobre ruedas, nada debe descarrilar. Un artefacto perfectamente pulido y abrillantado para relucir como un diamante.
Aquí, en cambio, llevamos toda la semana con la matraca de si habrá lío, si se montará gorda, si alguien debería hacer algo, si la libertad de expresión les ampara, si ole sus huevos. De cine se ha hablado poquito. Y casi parece fuera de lugar barruntar quién se llevará el gato al agua. Emoción, a priori, la justa, porque todo se lo reparten 4 películas. Que todas ellas sumen 61 candidaturas es una auténtica y absurda barbaridad. Que las 4 copen las categorías de mejor cinta, mejor director y mejor guión… para que alguien se lo haga mirar. Las dos que parten con más opciones son Blancanieves y Lo imposible. La primera quiere quitarse la espina del Oscar. Que ya hay que ser muy miope para enviar una película clavadita a la que ha ganado el año anterior (The artist). Normal que te la tumben. La baza de Lo imposible es su taquillazo descomunal; que es, al mismo tiempo, su talón de Aquiles.
Cómo estará el patio para que nadie haya podido aprovechar estos últimos días para seguir sacando pecho por la recaudación del último año, la mejor en 3 décadas. Cierto, tanto como que es un dato tremendamente distorsionado: si excluimos a Lo imposible, que de española tiene a Bayona, y poco más, y a Tadeo Jones, que no puede ser una copia más descarada de un producto yanqui, empezando por el nombre, la cosa ya no está para tirar tantos cohetes.
Mañana saldremos dudas. Descubriremos si entre gracieta y gracieta de Eva Hache se van sucediendo los manifiestos políticos, o si salvo algún caso aislado cada uno opta por ir a lo suyo. En último término, como bien comentaban los directores que optan al Goya en El País, la crisis no les afecta a ellos, sino al señor que empuja el foco. Y quien dice que no les afecta a ellos, dice a los actores. Por mucho que San Juan, Toledo y compañía llamen a la insurreción.