¿Basta con tener una fotografía perfecta y una ambientación sublime para conseguir una buena película histórica? ¿Basta con respetar hasta el más mínimo detalle de la Historia para firmar un biopic de garantías? ¿Basta con tener un elenco de actores solvente para elevar una película al séptimo arte? Con Lincoln no sólo surgen todas estas preguntas sino que que tienes nada más y nada menos que dos horas y media para responderlas mientras contemplas, desganado, la enésima lección de patriotismo del profesor Spielberg.
Con el mismo ritmo que la lectura de una tesis doctoral, Spielberg nos muestra el proceso de abolición de la exclavitud de los Estados Unidos de la mano de un entrañable Abraham Lincoln y sus entusiastas colaboradores, en un relato sin espacio a la crítica o la ambigüedad el personaje. Y encima sabiendo cómo acaba el pobre tipo. Ni la grandiosa caracterización de Daniel Day-Lewis puede cambiar lo que todo el mundo piensa cuando está viendo la película: que es un muermo total. Y no porque estemos ante una película de caracter político (véase Otto Preminger), o porque no haya acción, o por un guión excesivamente discursivo. No. Simplemente porque la vida de cualquier hombre hay que presentarla con tantas sombras como luces, y porque en cualquier relato histórico la minuciosidad no puede ganar la partida al interés.
Además, seamos sinceros, Spielberg ha escogido una mala época para hacer una película épica basada en la buena fe de los políticos.
¿Conclusión a todas las preguntas lanzadas más arriba? Pues que Lincoln podría llevarse todos y cada uno de los Oscar técnicos, y todos y cada uno de los Oscar interpretativos. Pero nunca el Oscar a la mejor película. Porque no lo es.
Por favor, que alguien le tome la tensión a Spielberg, que parece que la tiene por los suelos.
Veredicto: 6
Lo mejor: Daniel Day-Lewis.
Lo peor: que no salgan dinosaurios.